Una receta original de Michel Roux, tan diferente como sorprendente. Creo que estos pasteles no deberían llamarse así. Su textura no es la de un pastel, queda a medio camino entre la galleta y el pan crujiente.
Están deliciosos si los comemos tibios (¡no calientes!) tanto para desayunar como para merendar. Se rompen al morder y se funden en la boca. Probad con una buena mantequilla y el resultado será inmejorable.