Cuando empecé a hacer repostería, la receta de magdalenas me
obsesionaba. Era una especie de dulce fetiche y, aunque no es algo precisamente
difícil, estuve tiempo hasta encontrar una que, al pegarle el primer bocado, me
recordase las meriendas de mi infancia. De esto hace ya muchos años.
Y la “culpa” de dicha obsesión la tuvo una tía mía que nos llevaba de pequeños a hornear magdalenas al horno de leña de una pastelera amiga suya. Hacía la masa en el mismo obrador, a mano y en unos lebrillos, la horneaba en aquellos hornos enormes (vistos con ojos de niña) y apilaba las magdalenas en cubos. El olor que desprendía toda la estancia era maravilloso pero mi tía nunca compartía la receta con nosotros. “A ver si vais a venir a hacer magdalenas sin mí”- decía. Después de una mañana de horneado, los dulces se repartían entre la familia, los vecinos y hasta las profesoras. Lo mejor de la repostería es poder repartirla, ¿no es así?
No sé si está es la receta que horneábamos pero sí se le
parece muchísimo y me trae a la mente esas jornadas maravillosas. Estoy
encantada de compartir esto con vosotros y os animo a hacerlas con mucho
cariño.
¡Os dejo el vídeo!
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